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Análisis de las Fuentes Literarias de ILITVRGI FORVM IVLIVM
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Cita de Autor
Liv., 28, 19 (Flamstead & Seymour, Oxford, 1964)
Texto
28. 19. Hispaniae sicut a bello Punico quietae erant, ita quasdam ciuitates propter conscientiam culpae metu magis quam fide quietas esse apparebat, quarum maxime insignes et magnitudine et noxa Iliturgi et Castulo erant. Castulo, cum prosperis rebus socii fuissent, post caesos cum exercitibus Scipiones defecerat ad Poenos: Iliturgitani prodendis qui ex illa clade ad eos perfugerant interficiendisque scelus etiam defectioni addiderant. in eos populos primo aduentu cum dubiae Hispaniae essent merito magis quam utiliter saeuitum foret: tunc iam tranquillis rebus quia tempus expetendae poenae uidebatur uenisse, accitum ab Tarracone L. Marcium cum tertia parte copiarum ad Castulonem oppugnandum mittit, ipse cum cetero exercitu quintis fere ad Iliturgin castris peruenit. clausae erant portae omniaque instructa et parata ad oppugnationem arcendam; adeo conscientia quid se meritos scirent pro indicto eis bello fuerat. hinc et hortari milites Scipio orsus est: ipsos claudendo portas indicasse Hispanos quid ut timerent meriti essent. itaque multo infestioribus animis cum eis quam cum Carthaginiensibus bellum gerendum esse; quippe cum illis prope sine ira de imperio et gloria certari, ab his perfidiae et crudelitatis et sceleris poenas expetendas. euenisse tempus quo et nefandam commilitonum necem et in semet ipsos, si eodem fuga delati forent, instructam fraudem ulciscerentur, et in omne tempus graui documento sancirent ne quis unquam Romanum ciuem militemque in ulla fortuna opportunum iniuriae duceret. Ab hac cohortatione ducis incitati scalas electis per manipulos uiris diuidunt, partitoque exercitu ita ut parti alteri Laelius praeesset legatus, duobus simul locis ancipiti terrore urbem adgrediuntur. non dux unus aut plures principes oppidanos, sed suus ipsorum ex conscientia culpae metus ad defendendam impigre urbem hortatur. et meminerant et admonebant alios supplicium ex se non uictoriam peti: ubi quisque mortem oppeteret, id referre, utrum in pugna et in acie, ubi Mars communis et uictum saepe erigeret et adfligeret uictorem, an postmodo cremata et diruta urbe, ante ora captarum coniugum liberorumque, inter uerbera et uincula, omnia foeda atque indigna passi exspirarent. igitur non militaris modo aetas aut uiri tantum, sed feminae puerique super animi corporisque uires adsunt, pugnantibus tela ministrant, saxa in muros munientibus gerunt. Non libertas solum agebatur, quae uirorum fortium tantum pectora acuit, sed ultima omnibus supplicia et foeda mors ob oculos erat. accendebantur animi et certamine laboris ac periculi atque ipso inter se conspectu. itaque tanto ardore certamen initum est ut domitor ille totius Hispaniae exercitus ab unius oppidi iuuentute saepe repulsus a muris haud satis decoro proelio trepidaret. id ubi uidit Scipio, ueritus ne uanis tot conatibus suorum et hostibus cresceret animus et segnior miles fieret, sibimet conandum ac partem periculi capessendam esse ratus increpita ignauia militum ferri scalas iubet et se ipsum si ceteri cunctentur escensurum minatur. iam subierat haud mediocri periculo moenia cum clamor undique ab sollicitis uicem imperatoris militibus sublatus, scalaeque multis simul partibus erigi coeptae; et ex altera parte Laelius institit. tum uicta oppidanorum uis deiectisque propugnatoribus occupantur muri. arx etiam ab ea parte qua inexpugnabilis uidebatur inter tumultum capta est:
Traducción
28. 19. Si bien las Hispanias no estaban ya conmocionadas por la Guerra Púnica, también resultaba evidente que era el miedo, por saberse culpables, más que la lealtad lo que mantenía quietas a algunas ciudades; entre éstas las más destacables por su importancia y por su responsabilidad eran Iliturgi y Cástulo. Ésta había sido aliada cuando las cosas marchaban bien, y después del desastre de los Escipiones y sus ejércitos se había pasado a los cartagineses; los iliturgitanos habían añadido a la defección el delito de entregar o matar a los fugitivos de aquel desastre que habían buscado refugio a su lado. Tomar represalias contra estas poblaciones inmediatamente después de llegar, cuando las Hispanias no estaban aseguradas, habría sido más justo que útil; como ahora que la situación estaba tranquila ya parecía llegado el momento de aplicar el castigo, hizo venir de Tarragona a Lucio Marcio y le envió a atacar Cástulo con la tercera parte de las tropas, y él, con el resto del ejército, llegó a Iliturgi en unas cinco jornadas. Estaban cerradas las puertas y todo preparado y a punto para repeler un ataque; hasta ese extremo la conciencia de lo que se merecían había equivalido para ellos a una declaración de guerra. En esta circunstancia basó Escipión el arranque de su arenga a las tropas; los propios hispanos, al cerrar sus puertas, habían dado a entender lo justificados que estaban sus temores; por tanto, había que combatir contra ellos con mayor encarnizamiento que contra los cartagineses, pues, en efecto, con éstos se luchaba casi sin cólera por el imperio y la gloria, y a aquéllos había que hacerles pagar su perfidia, su crueldad y su crimen. Había llegado el momento de vengar la infame muerte de sus camaradas y la trampa preparada también contra ellos mismos en caso de que la huida les hubiese conducido allí, y de dejar sentado para siempre un precedente temible a fin de que nadie en ningún momento, en ninguna circunstancia, considerase susceptible de afrenta a un ciudadano o un soldado romano. Acicateados por esta arenga de su general, reparten escalas entre hombres escogidos en cada manípulo, dividen el ejército en dos cuerpos tomando el mando de uno de ellos el legado Lelio, y atacan la ciudad en dos puntos a la vez, duplicando los motivos de pánico. Lo que anima a los habitantes de la plaza a defender con denuedo la ciudad no es un jefe militar o varios civiles sino el miedo que cada uno siente por la conciencia de su culpabilidad. Tenían presente, y se lo recordaban a los demás, que lo que se pretendía con ellos no era vencerles sino castigarles; en el momento en que todos se enfrentaban con la muerte, la elección estaba entre morir en combate en el campo de batalla, donde la suerte común de la guerra a menudo levanta al vencido y abate al vencedor, o morir más tarde, una vez incendiada y arrasada la ciudad, ante los ojos de sus mujeres y de sus hijos prisioneros, maniatados y azotados, tras sufrir toda clase de horrores y vejaciones. Consiguientemente, no intervienen sólo los hombres en edad militar ni sólo los varones sino las mujeres y los niños, más allá del límite de sus fuerzas físicas y morales, les alcanzan armas a los combatientes, les llevan piedras a los que refuerzan los muros. No estaba en juego únicamente la libertad, que sólo sirve de acicate a los valientes, sino que todos tenían ante los ojos la perspectiva de unos suplicios extremos y una muerte infame. Su coraje se inflamaba rivalizando en el esfuerzo y el riesgo y mirándose unos a otros. Por eso se inició el combate con tal ardimiento que aquel ejército dominador de Hispania entera fue rechazado varias veces de las murallas por la juventud de una sola ciudad y anduvo amedrentado en una batalla no demasiado gloriosa. Cuando Escipión vio esto, temiendo que con tantos esfuerzos baldíos de los suyos se acreciese la moral del enemigo y se minase la de sus hombres, pensó que debía participar personalmente en el esfuerzo y el peligro, e increpando a los soldados por su cobardía mandó traer escalas y amenazó con subir él mismo si los demás vacilaban. Había llegado ya, con grave peligro, hasta el pie de las murallas cuando se alzaron por todas partes los gritos de los soldados inquietos por la suerte de su general, y en muchos puntos al mismo tiempo comenzaron a alzarse las escalas; por su parte, Lelio presionó desde el otro lado. Vencida entonces la resistencia de los habitantes de la plaza y abatidos los defensores de los muros, son ocupados éstos. También la ciudadela fue tomada en medio de la confusión por el lado por donde se la suponía inexpugnable. (Trad. J. A, VILLAR VIDAL, Gredos)
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