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Necropolis de VRSO GENETIVA IVLIA
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Ciudad
Síntesis Funeraria
Anterior a la llegada de Roma, el asentamiento y su correspondiente necrópolis se ubicaban en dos elevaciones distintas, pero cercanas, hasta que en el siglo III a.C. el contingente militar se asienta en la meseta ubicada a los pies del oppidum. Los acontecimientos bélicos en las luchas pompeyanas dieron lugar a la construcción de un lienzo defensivo en el flanco más débil del asentamiento, el oriental, lo que supuso la destrucción de gran parte de las tumbas allí situadas, con las que han sido relacionados los famosos “relieves de Osuna” (García y Bellido, 1943; León, 1981, 83 ss.; Almagro-Gorbea, 1983, 177-293; Chapa, 1997; Rodríguez Oliva, 1996, 21; Beltrán y Salas, 2002, 246; Ruiz Osuna, 2010). Para la colonia romana de nueva fundación se ha propuesto, en cambio, la existencia de cuatro necrópolis normativas, pero la actual indefinición arqueológica del perímetro urbano impide concretar más en este sentido (Pachón y Ruiz, 2006, 282). La única via sepulcralis hasta ahora reconocida de forma segura es la Vereda de Granada (Cañada Real de Marchena a Estepa), en el sector noreste de la localidad. Este camino principal se combinaría con otros secundarios como el localizado en la C/ de Arcadio Martín, de características similares. Ambas conformaban una extensa área funeraria de la que se tienen noticias sobre la procedencia de gran cantidad de urnas cinerarias. La naturaleza estratificada de la arenisca ursaonense ha permitido a lo largo del tiempo la creación de caminos artificiales, facilitando la aparición de cortados pétreos que propiciaban la excavación de espacios de distinta funcionalidad, entre los que destacan las “Cuevas de Osuna”, recientemente revisadas por Pachón y Ruiz (2006). La mayoría cuenta con una única cámara, siendo por el momento la conocida como “Cueva del Caracol” la única que podría responder a una estructura múltiple, en cuyo interior se situaron tanto tumbas de cremación como de inhumación. El diario de excavación de Arcadio Martín muestra también hallazgos escultóricos entre los que destaca: una cabeza masculina, tal vez, con corona radial; una cabeza de toro; otra de un personaje báquico; parte de la garra de un animal; y el fragmento de un brazo con una especie de granada, interpretado como una posible representación de Juno (López García, 2006 145-156). No parece que la decoración escultórica fuera la única que albergaban estas cuevas, puesto que son también conocidas las referencias a hallazgos pictóricos llevados a cabo por Demetrio de los Ríos en la denominada “Cueva E”, hoy perdidos. Los motivos alusivos al pavo real y otro tipo de aves, así como la cruz griega y la estrella de ocho puntas, llevaron en un inicio a interpretarlas como pinturas cristianas fechadas a principios del siglo III d.C. (Thouvenot, 1940, 666; Abad, 1982, 363). Sin embargo, los resultados de los análisis realizados en un fragmento de fresco revelan una cronología centrada entre el siglo I d.C. y mediados del II d.C. (Ruiz Osuna, 2010, 149). Junto al conjunto de las “Cuevas de Osuna”, contamos con un par de vestigios relativos a monumentalización funeraria, tal como se desprende de la inscripción CIL II²/5 1.030, en la que se recoge la fórmula “Lapides ad monimentum”, que, junto con los ornamenta duumviralia y otros honores funerarios, era una forma de compensar a las familias importantes por la pérdida de hijos jóvenes (Melchor, 2006, 131 ss.), y de un fragmento de guirnalda conservado en el Museo Arqueológico de la localidad (Beltrán Fortes, 2002a, 236, Fig. 3), relativo a un posible monumento en forma de altar o edícola, aunque de procedencia desconocida. Necrópolis de Las Cuevas La naturaleza estratificada de la arenisca ursaonense ha permitido a lo largo del tiempo la creación de caminos artificiales, facilitando la aparición de cortados pétreos que propiciaban la excavación de espacios de distinta funcionalidad. Este es el caso de la Vereda de Granada, que se dispone en la vía de salida occidental, y la perpendicular a ésta Calle de Arcadio Martín, flanqueadas en ambos casos por “cuevas funerarias” en sus márgenes (Pachón y Ruiz, 2006, 286, Fig. 13). Otros ejemplos de enterramientos rupestres se localizan al Norte de la localidad: nos referimos, concretamente, a una cueva de época prehistórica y otra de difícil adscripción cronológica, localizadas en el denominado Cerro de las Canteras. Es muy probable que la diferencia tan evidente en el número de hallazgos entre una zona y otra tenga que ver con la mayor incidencia de las labores de cantería modernas en esta última, las cuales habrían terminado por borrar las huellas de los sepulcros excavados en la roca (Pachón y Ruiz, 2006, 292). El conjunto, en general, se conoce como las “Cuevas de Osuna”, recientemente revisadas en la obra de Pachón y Ruiz (2006), a la que remitimos para un estudio de detalle. Parece detectarse una verdadera programación del espacio, de tal manera que las cuevas se sitúan de manera sistemática a ambos lados del camino, llegando incluso a superponerse en varios planos gracias a la inclinación natural. Así, las denominadas “Cuevas 8” y “9” se ubican en un nivel superior, contando para su acceso con una escalera que utiliza la propia estratigrafía geológica, con escalones sin trabajar. En ellas se aprecia un mayor descuido en la planificación, en contraste con las ubicadas en los escalones inferiores del roquedo, caracterizadas por su buen trazado, lo que podría poner de manifiesto cierto crecimiento en vertical (Pachón y Ruiz, 2006, fig. 9, lám. 95). Los espacios definidos no superan los 7,30 m de anchura ni los 8,60 m de profundidad, localizándose oquedades de poco más de 1,88 por 1,44 m en las que se disponen únicamente tres fosas excavadas en el suelo (“Cueva 1-2”). Precisamente, las reducidas dimensiones presentes en algunas cuevas provocaron que algunos enterramientos se dispusieran en el exterior. Por el contrario, la enorme profundidad de algunos casos obligó a la disposición de sistemas de sujeción con los que evitar la caída del techo, como ponen de manifiesto los pilares cuadrados encontrados en las “Cuevas 2”, “4”, “5” y “del Caracol”. Su finalidad como elementos de descarga viene determinada por la posición completamente centrada del hallado en la “Cueva 6”. Sin embargo, estos supuestos pilares se conservan a poca altura (unos 0,45 m), lo que se ha querido explicar por el reaprovechamiento de material de construcción para otras construcciones. Así pues, creemos que la solución no está clara y que no podemos cerrarnos a otras posibilidades. En este sentido, traemos a colación algunos hipogeos de la necrópolis de Tipasa, los cuales, además de contar con nichos para la disposición de los distintos enterramientos, servían también como espacio para los banquetes funerarios, dotándolos de mensae que se tallaban directamente en la roca. La mayoría de las cuevas cuentan con una única cámara y tan sólo la conocida como “Cueva del Caracol” podría responder a una estructura múltiple en planta. En el interior disponen de varios habitáculos de carácter secundario abiertos al espacio central, lo que no conlleva una configuración regular ni simétrica en prácticamente ningún caso. Estos “arcosolios” podrían ser el fruto de la reutilización de las cuevas en momentos posteriores, cuando se excavaron con fosas muchos de los suelos existentes. Precisamente, estas ampliaciones excesivas pudieron influir en la caída de las techumbres. En general, éstas vienen determinadas por el trabajo de los canteros, que seguían para su configuración el desarrollo de las capas naturales del terreno, optando por un perfil abovedado o plano, de concepción más sencilla. Los vanos de entrada, colocados de forma centrada en uno de los lados menores, se configuran por medio de dinteles arquitrabados o redondeados. Únicamente la “Cueva B” de la Calle de Arcadio Martín hace uso de un triángulo de descarga, aunque se desconoce si su configuración responde a la original. Las jambas, por su parte, disponen de rebajes hacia el interior para facilitar el encaje de la laja de piedra que actuaría de cierre. A ello contribuiría la colocación de umbrales escalonados con los que se conseguía que la cámara quedara siempre por debajo de la cota exterior, evitando así posibles arroyadas y buscando la deposición de los difuntos en un nivel inferior al de los vivos (Pachón y Ruiz, 2006, 434). Únicamente la “Cueva 7” presenta un pasillo previo a la cámara. A pesar de que la mayor parte de enterramientos visibles en la actualidad responden a fosas excavadas en el suelo, destinadas a inhumaciones, las cuevas acogieron también el rito de cremación, tal como se demuestra en la “Cueva -1”, de la que se conservan nichos practicados en algunas de las paredes y referencias del hallazgo de cenizas en el diario de excavación de Arcadio Martín. Del mismo modo, la falta de adecuación entre las dimensiones de los arcosolios y los espacios generados por ellos en la “Cueva 1” da a entender que en su momento nacieron para acoger urnas cinerarias y sus correspondientes ajuares. Sin embargo, el dilatado uso en el tiempo y las transformaciones sufridas habrían terminado por borrar las huellas de las primeras tumbas, algo que puede apreciarse en la disposición irregular de los enterramientos de inhumación, resultado de una planificación escasa que habría aprovechado los huecos existentes, adaptándolos a las necesidades propias de cada momento. Resulta interesante la presencia de un muro de mampostería separando los dos arcosolios de la pared de fondo de la “Cueva 9”. Es posible que este tabique fuera construido después del derrumbe de la techumbre, lo que pone de manifiesto un largo periodo de utilización. Durante las labores de excavación de las cuevas bajo la dirección de Arcadio Martín entre 1784 y 1785 se produjeron algunos hallazgos escultóricos, que debido a la política de adquisiciones por parte de Engel fueron trasladados a París, confundidos con los restos procedentes de la muralla pompeyana. Un reciente estudio sobre estos materiales (López García, 2006 145-156) nos permite conocer algunos de ellos, como una cabeza masculina, tal vez, con corona radial, una cabeza de toro, otra de un personaje báquico, parte de la garra de un animal y el fragmento de un brazo con una especie de granada, interpretado como una posible representación de Juno. La pieza más interesante es la referida por Rodríguez Marín en el Anónimo de Osuna e identificada con un relieve del Museo de Saint-Garmain-en-Laye: “En la segunda cueva, a más de que su construcción es de fábrica más costosa que las hasta aquí descubiertas, hubo la particularidad de hallarse a su entrada una estatua de algo menos de medio cuerpo, de muy basta hechura (…) según parece, es la figura de Baco con un brazo pegado al pecho, sosteniendo en su mano derecha un cáliz o vaso y en la siniestra, apoyando su cabeza, en figura de recostado, bien que a este brazo le falta el codo; y su nariz algo corroída, pero es todo monstruoso en su configuración. También se advierten en la cabeza como señales que circundan su rugosa frente y denotan haber tenido algún ornato en ella” (ANÓNIMO, nº 43 cfr. López García, 2006, 149 ss.). Por la descripción pudiera identificarse con un Dyonisos-Attis, de moda a partir de finales del siglo II d.C. y a lo largo del siglo III (López García, 2006, 151). Llegados a este punto resulta difícil establecer quiénes fueron los artífices y moradores de estas cuevas. En el caso de la “Cueva 4” se ha supuesto su pertenencia a una importante familia, como se desprendería del reducido número de fosas dispuestas en su interior. Lamentablemente, los pocos hallazgos epigráficos procedentes del interior de las mismas o de los alrededores no ayudan a solucionar la cuestión. La mayoría son placas de mármol de pequeño tamaño con el nombre del difunto, acompañadas de las típicas fórmulas funerarias, con cronologías que van desde el siglo I hasta el siglo III d.C. Fechas amplias que confirman también los escasos restos de ajuares, con materiales adscritos al siglo VI d.C.
Monumentos
Tipologías Sepulcrales no Monumentales
Ajuares
Enterramientos Singulares
Enterramientos Singulares Nivel II (0)
Escultura Funeraria
Sí
Epigrafía Funeraria
Sí
Estudios Antropológicos
Cronología de la Necrópolis
Repertorio de Consulta
- Abad, L. (1982), La pintura romana en España, Universidad de Alicante-Sevilla. - Almagro Gorbea, M. (1983), “Pozo Moro: el monumento orientalizante, su contexto socio-cultural y sus paralelos en la arquitectura ibérica”, MM, 24, 177-293. - Beltrán Fortes, J. (2002a), “La arquitectura funeraria en la Hispania meridional durante los siglos II a.C. – I d.C.”, Espacios y usos funerarios en el Occidente Romano, Córdoba, 233-258. - Beltrán Fortes, J. y Salas, J. (2002), “Los relieves de Osuna”, Urso. A la búsqueda de su pasado, Osuna, 235-272. - Chapa, T. (1997), “Sculpture”, Antiquités de l´Espagne (Musée du Louvre, Département des antiquités orientales, dépôt au Musées des Antiquités nationales de Saint-Germain-en-Laye), Paris, 58-70. - García y Bellido, A. (1943), La Dama de Elche y el conjunto de piezas arqueológicas reingresadas en España en 1941, Madrid. - León, P. (1981), “Plásticas ibérica e iberorromana”, La Baja Época de la Cultura Ibérica, Madrid, 183-202. - Melchor, E. (2006), “HIS ORDO DECREVIT: honores fúnebres en las ciudades de la Bética”, Espacio y usos funerarios en la ciudad histórica, A.A.C., 17, vol. I, Córdoba, 115-144. - López García, I. (2006), “Ritos y sociedad a través del conjunto iconográfico funerario de <Las Cuevas>”, A.A.C., 17, vol. I, Córdoba, 145-156. - Pachón, J. A. y Ruiz, J. I. (2006), Las Cuevas de Osuna. Estudio histórico-arqueológico de una necrópolis rupestre de la Antigüedad, Osuna. - Rodríguez Oliva, P. (1996), “Las primeras manifestaciones de la escultura romana en Hispania meridional”, Actas de la II Reunión sobre escultura romana en Hispania, Tarragona, 13-30. - Ruiz Osuna, A. (2010), “Colonia Patricia, centro difusor de modelos. Topografía y monumentalización funerarias en Baetica”, Monografías de Arqueología Cordobesa, 17, Córdoba. - Thouvenot, R. (1940), Essai sur la province romaine de Bétique, Paris.
Documentación Gráfica
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